sábado, 14 de abril de 2012

La entrada es gratis, la salida… vemos. ¿Qué hago acá? por Agus Deus

La entrada es gratis, la salida… vemos.
¿Qué hago acá? Fue lo primero que pensé al cruzar el umbral de la casa más conocida de la calle Tuyuti. El hombre que me había abierto la puerta no tenía cara de muchos amigos, todo el resto de los chicos que estaban sentados a la mesa estaban demasiado callados para mi gusto y mi acompañante que, no casualmente era mi más cercana amiga, me miraba casi divertida por mi semblante de preocupación. Y para colmo de males, el motivo por el que me encontraba ahí no me resultaba grato, aunque ya para esa época llevarme matemática a Febrero se había convertido en un fastidioso pero inexorable hecho. Me había caminado las 10 cuadras de distancia entre mi casa y ese “centro clandestino”, en el cual mis viejos me habían obligado a encerrarme para aprobar mi karma, con el nerviosismo a flor de piel. No solo por el hecho de que era la primera vez que iba a lo que todos conocían como un profe particular, sino porque me intrigaba y mucho, conocer al hombre detrás de tantos halagos y veneración. Mi relación con la matemática era tan buena como la relación de Hitler con los judíos; Siempre todo lo relacionado con ella me pareció por demás tedioso, y particularmente, ese primer día en la casa de Victor, mi ánimo a la hora de tratar ese tema no era justamente el ideal. Tantos sentimientos encontrados solo podían sucumbir en más ansiedad, pero intenté no pensar demasiado en ello y finalmente tomar asiento junto a mi amiga, sacar mi cuadernillo recién comprado, una lapicera y esperar atentamente las indicaciones del profesor… bué, del hombre que hace milagros entre la matemática y yo, y al que, por cierto, no le gusta ser llamado profesor particular; algo bastante extraña, ya que una vez dentro de esa casa, todo se torna particular, diferente… y sumamente agradable. Música de fondo, la mesa poblada de tablas periódicas, calculadoras que pasan de mano en mano, hojas, apuntes y fotocopias mezcladas y el siempre presente cuaderno en el que Victor se toma el trabajo de anotar a cada uno de los chicos que acudimos a él no solo para zafar, aprender o al menos intentar hacerlo… sino para entrar, saludar al fanático empedernido de Charly, tomar asiento y automáticamente hacer de una simple tarde llena de tarea, un momento del día poblado de risas, enseñanzas, auto superación, amistades y de anécdotas que siendo recordadas humedecen los ojos de Victor y de cualquiera de nosotros que terminamos siendo los mismos protagonistas de las clases utópicas de este señor… de este hombre que todavía me hace agradecer aquel día en el que entré y conocí, sin exageración, al mejor profesor que cualquiera pueda tener… o al menos que esta lunática y sentimental escritora que después de tanta espera, por fin plasma en una hoja todo el amor que a tan solo un año de conocerte, podes generar en esta chica, tu amiga… tu fiel alumna.
“no existe una escuela que enseñe a vivir”… pero al menos, está Victor.

2 comentarios:

Ale.L.S dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ale.L.S dijo...

Demás está decir que me ENCANTÓ la carta tan emotiva y cierta que te escribió Agus :)
Sencillamente agrupa todos los sentimientos que alguna vez sintió cualquier alumno tuyo y que siente luego de haberte conocido y más.
Un escrito genial. Saludos Vic :)